Volver al centro, extraviarlo más no olvidarlo, retornar a lo que soy, al núcleo del que emana éste fuego, el mismo fuego que me abriga en las noches cuando son detestables y en las tardes cuando la luz del sol está ausente.
Evitar volver a la sensación de abandono, evito divagar en pensamientos inocuos. Entonces voy hacia las profundidades de mi torrente sanguíneo y me conjuro en silencio, entre flores, hierba y humo. Hago el amor con mi piel y mi pelo, canto canciones rebeldes y bailo desnuda en mi centro.
Si he de doler, que sea a los gritos, doler con furia y llanto iracundo, doler con rabia, doler en kilómetros de distancia, doler con lluvia bajo el cielo cuando parece colchón sucio.
Pero volver al centro, a palpar y respirar la tierra, enterrar los pies hasta las piernas-troncos, sentir el cemento del patio, el pasto del jardín, las piedras de la calle. Ir al infierno durante el día y volver pasada la madrugada a esa sabiduría trágica y su aurora, cuando me despierta el martillazo de la conciencia nihilista que descree y duda de todo. Pero no dejar de creer en mí.
Derribo las esperanzas obstinadas y las ilusiones que no lo son más cuando me quedo conmigo. Me amarro a mis sueños. Tan solo a ellos. Perderme tan solo por instantes en la mente que no tiene eco ni canción . Doler con los rayos de sol, doler en forma de alud de barro, doler hoy para ya no doler mañana.
Estoy atrapada en esta avalancha de dulzura que me consume, a rastras llego a la orilla de ese mar inmenso que llevo adentro. Océano, pantano y río soy.
Lorena Pineda
Buenos Aires primavera 2020
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