lunes, 6 de julio de 2020

sensuales inviernos



Soledad, soledad, soledad; tocamos, pero estamos a distancias inconmensurables, tocamos, pero estamos solos. Un atisbo por haber recordado a Sábato la noche anterior, me despierta ésta mañana invernal. Se asoma tras mi ventana precaria y su cortina. Tan hermosa y fría. Quiero ser rica para tener calefacción en casa, pienso con los ojos ahora cerrados mientras mi mano empieza a vagar feliz entre el camino de mis senos y el vientre. Me gusta tocar  mis pezones con la delicadeza que tiene un  amanecer gris y la invitación que me hace a escondidas para jugar bajo las sábanas. Me acaricio el torso, la circunferencia del ombligo. Mis pechos asemejan las nubes en un día de tormenta, avecinan una gran tempestad pero esta vez lluvia y relámpagos de placeres y risitas. Paso la lengua sobre la palma de mi mano conocedora de las líneas y caminos que llevo en el cuerpo. Un recorrido inmerso en deseos si de placer se trata. Mis manos ostentan todo el amor que con ellas puedo darme. Parece una imagen dantesca cuando los dedos que se deslizan hacia dentro y mientras mi espalda se revuelca como en una tormenta infernal, de fuego y viento. Llego entonces, a la cima de ese volcán que vierte todas las pasiones. Y  queman la piel, los pensamientos y los sonidos. Y sigo. Sigo como quien pierde la razón. Como quien se pierde en un laberinto en donde errante anda la conciencia, fuera de sí,  casi alegre, rimbombante. ¿Qué es el placer si no esto que me produce una carcajada sinsentido?


Lorena López

Buenos Aires 2020 

dibujo fascinante a lapiz de Gustav Klimt 

 


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